Las principales ciudades se funden en un magma tecnológico que las hace más habitables: tecnología al servicio de una mejor calidad de vida
Sobre la mitad de la población del planeta vive en ciudades, que consumen el 75% de la energía y son responsables del 80% de las emisiones contaminantes. En menos de 40 años se calcula que esta proporción aumentará de manera espectacular, y siete de cada diez humanos serán urbanos en 2050. Con esta perspectiva, el concepto «smart city» (ciudad inteligente) no sólo es una moda con tirón mediático, es una cuestión de supervivencia. Sí, las ciudades son más sostenibles y generan más riqueza que el urbanismo disperso, pero su gestión, para evitar el colapso, deberá ser, y es ya de hecho, necesariamente inteligente, «smart».
Muchas personas y organizaciones trabajan en el diseño de esta nueva ciudad, una «icaria» tecnológica aún con muchos retos por resolver: unos por oportunidad de negocio, otros con voluntad de servicio público, otros quizás sin ni siquiera saberlo, todos en busca de formas mejores de vivir en comunidad.
Hace apenas unas semanas Fira de Barcelona acogía el Smart City World Congress, un foro en el que pudieron descubrirse las más recientes aplicaciones «smart» en el mundo. A la vez, la Fundación Telefónica ha publicado «Smart Cities: un primer paso hacia la internet de las cosas», algo así como un estado de la cuestión de la ciudad inteligente. Las experiencias son muchas: algunas en pleno funcionamiento, otras en fase de experimentación, otras solo como una intuición de lo que está por venir.
Según explican los expertos, la construcción de las «smart cities» no es tanto una tendencia -la aplicación de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) a la gestión de la ciudad- como un asunto ya integrado en la gestión urbana: más sostenibles, seguras, cómodas, sanas, cultas, democráticas… las ciudades serán «smart» o no serán.
Pablo Rodríguez, director del centro de Telefónica I+D de Barcelona, alertaba durante al presentación del informe de un condicionante: el hecho de que para que las ciudades sean inteligentes primero «hay que comenzar a tener objetos inteligentes» dotados entre ellos de conectividad, algo que pasa también por abaratar los costes de la infraestructura que los une. El magma tecnológico pasa principalmente por contar con unas redes de comunicación más robustas. Rodríguez apunta que en 2035 internet tendrá capacidad para gestionar y compartir toda la información generada por el hombre, «conectar las cosas, los robots, gestionar la información de sensores, redes sociales, móviles…».
Aunque las motivaciones para desarrollar la «ciudad inteligente» pueden ser múltiples, el enfoque económico, de oportunidad de negocio, no es menor. Según IDC Report, en una ciudad de un millón de habitantes, las expectativas económicas únicamente para la industria TIC pueden rondar los 530 millones de euros.
«El negocio que se está generando no es nada despreciable y son muchas las empresas que buscan entrar en este campo. Las pymes, por ejemplo, tienen en un campo de desarrollo muy importante, y a través de la colaboración con empresas con capacidad global como la nuestra pueden exportar sus soluciones tecnológicas a grandes urbes internacionales», explica Ferran Serrano, director de márketing de T-Systems Iberia, filial tecnológica de Deutsche Telekom.
Junto a la perspectiva económica, la gran baza de las «smart cities» pasa por su condición de entes sostenibles. Algunos datos: doscientos cuarenta y tres millones de estadounidenses se concentran en el 3% urbano del país, y en Tokio y alrededores, la más importante área productiva del mundo, viven 36 millones. Son solo dos ejemplos de un planeta que pese a disponer de enormes cantidades de espacio habitable, prefiere amontonarse en ciudades; se calcula que toda la humanidad, cada uno en su vivienda unifamiliar, cabría en Texas. Lo explica con precisión Edward Glaeser en su estudio «El triunfo de las ciudades», un elogio a la vida urbana como motor de bienestar, y una amonestación al ecologismo mal entendido: «Manhattan, el centro de Londres y Shangái son los verdaderos amigos del medio ambiente». Nada hay más sostenible que una abigarrada sucesión de edificios. El reto, gestionar esa densidad con inteligencia, sentencia los propagandistas de la ciudad «smart».